La adoración, oración y alabanza, según Dios en el Nuevo pacto (testamento).


 

El Maestro nos enseñó la manera en que debemos adorar a Dios. En Juan 4:24 dice:


“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.


Pero ¿qué significa esto? La palabra adorar en el griego es: προσκυνέω que significa: postrarse, arrodillarse, hacer reverencia, caer a los pies de.


Espíritu en el griego es: πνεῦµα que significa: vida, el ser interior.


Verdad en el griego es: ἀλήθεια que significa: veracidad, rectitud, fidelidad.


Entonces ¿qué significa lo que el Señor dijo en Juan 4:24? Parafraseadamente lo podemos traducir como: Dios es Espíritu; y los que se rinden a Él, en su vida, desde su ser interior y con veracidad siendo fieles es necesario que lo hagan.


Por lo que la adoración conlleva una vida entera entregada a Dios, con todo el corazón, sin fingimiento. Ya no es en un lugar físico (Jerusalén o Samaria) (Juan 4:21), ni con los sacrificios o sistema ritual establecido en el culto del antiguo pacto (Hebreos 10:19-21). Ahora nosotros somos la casa de Dios (Hebreos 3:6).


Ahora es dentro de nosotros mismos, pues somos templo del Espíritu Santo (Romanos 12:1, 1 Corintios 6:19). Por lo que la adoración es en todo momento y en todo lugar, lo cual encaja perfectamente con el mayor mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37).


Pero NUNCA, significa que solamente debemos hacerlo en secreto, torciendo lo que Jesús enseñó sobre la oración para aplicarlo a la adoración (Mateo 6:5-15). La oración es la comunicación con Dios, la cual es muy interna, porque Dios, el Padre está dentro de uno mismo, no debe servir nunca con el propósito de exhibición.


Más tú cuando ores, entra en el aposento interior de ti y tras cerrar con llave la puerta de ti, ora al Padre de ti que está en secreto, y el Padre de ti que ve en lo secreto, te recompensará (Mateo 6:6).


Pero hay ejemplos en las Escrituras cuando la oración fue en público y no por eso es mala o pecado, ya que de lo que se trata, es evitar ser como los hipócritas (actores), estos fingen para ser vistos por los hombres. Por eso el Señor dijo a sus discípulos:


Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía (Lucas 12:1).


De lo que se trata es de actuar sin fingir, sin aparentar, sin actuar, sin engañar; ser auténticos y transparentes. De ahí que un verdadero hijo de Dios, no ora (para ser visto por los hombres), para aparentar piedad, no ora para los hombres (para recibir elogios) (recompensa), sino para Dios.


Es a Él que debemos temer (respetar, reverenciar) y no a los hombres. Como Cornelio o Lidia que aún sin haber recibido el evangelio y ser convertidos eran temerosos de Dios y le adoraban (Hechos 10:1-2, 16:14). Por supuesto, es necesaria la conversión para limpieza de pecados y salvación (Hechos 3:19-20). Y luego continuar hasta el final con el temor de Dios. 


“Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a este temed” (Lucas 12:5).


"Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor" (Filipenses 2:12). 


Y en cuando a la oración pública, El Señor mismo es ejemplo, Él oró públicamente.


Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído.  Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado” (Juan 11:41-42).


“Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46).


“Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46).


“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).


También los primeros creyentes son ejemplo de practicar la oración pública.


"Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno Contra el Señor, y contra su Cristo. Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.  Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús.  Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios" (Hechos 4:24-31).


Lo mismo sucede con la alabanza, que significa hablar bien, dar gloria, honra, honor, exaltar, exhibir su carácter y sus obras. Vemos que esta puede ser pública, como por ejemplo sucedió con el mismo Señor, que nos es un modelo a imitar (Juan 13:15).


“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.  Sí, Padre, porque así te agradó” (Mateo 11.25-26).


O con los mismos discípulos que a pesar de la molestia de los fariseos, ellos gozosamente alababan al Señor a grandes voces.


“Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él, respondiendo, les dijo: Os digo que, si estos callaran, las piedras clamarían” (Lucas 19:37-40).


Es más, somos llamados a alabar a Dios con nuestros labios.


“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:15).


La alabanza puede ser pública para testimonio.


“Que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10).


El confesar es un reconocimiento público y necesario para la salvación. No podemos ser salvos sin dar testimonio de nuestra dependencia de Cristo y del señorío de Él en nuestras vidas, ese es el propósito de Dios.


Os digo que todo aquel que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios; más el que me negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios” (Lucas 12:8-9).


“Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).


Ese es el propósito de Dios al ser adoptados hijos suyos. Fuimos creados para alabarle. Por eso, si nosotros callamos, las piedras tendrán que hablar.


En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:5-6).


Y una de las maneras como alabamos y también es parte de nuestra adoración a Dios, es de esta forma:


“Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efesios 5:19).


¿Qué son los salmos? Es una pieza fija de música, un poema con Palabra de Dios, acompañado con la voz, arpa u otro instrumento.


¿Qué son los himnos? Son poemas con Palabra de Dios, a través de un instrumento de música, rasgado o tocado.


¿Qué son los cánticos espirituales? Palabra de Dios cantada.


Es claro como lo expresa Efesios 5:19 esto de alabar al Señor, lo podemos hacer entre nosotros (en compañía con otro u otros), recordemos la promesa (Mateo 18:20). Y en nuestros corazones, es decir, de manera íntima, en nuestra mente.


De igual manera lo expresa de forma tan clara y contundente Colosenses 3:16.


“La palabra de Cristo habite en vosotros ricamente, en toda sabiduría enseñando y amonestando a vosotros mismos, con salmos, himnos y cánticos espirituales, con gracia cantando en los corazones de vosotros a Dios”.


O sea que la Palabra de Dios tiene que estar en abundancia en nosotros para poder enseñarnos y amonestarnos a nosotros mismos, como cuerpo de Él, o su iglesia, recordemos que esa es la utilidad o función de las Escrituras (2 Timoteo 3:16-17) y para esto podemos usar los salmos, himnos y cánticos espirituales y asimismo cantar con agradecimiento en nuestro ser interior (pensamientos o sentimientos).


Es hermoso como Pablo y Silas cantaban al Señor y los presos los oían.


Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían” (Hechos 16:25).


La Palabra de Dios nos exhorta a cantar.


¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas (Santiago 5:13).


En el cielo, vemos también como se adora y se alaba al Señor, se canta, varios ejemplos encontramos de ello.


“Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Apocalipsis 5:8-10).


“Oí una voz del cielo como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de un gran trueno. La voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas. Cantaban un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos. Nadie podía aprender el cántico, sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra” (Apocalipsis 14:2-3).


“Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios. Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios. Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues solo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado” (Apocalipsis 15:1-4).


Negar esta gran verdad, es ir voluntariamente en contra de la Palabra de Dios. Así que; la adoración es un estilo de vida, de entrega y compromiso a Dios, que nace o surge de una disposición propia y que se debe mantener con fidelidad. Como parte de esta forma de vivir está el testimonio, que incluye la predicación o comunicación de las enseñanzas de Jesús (Mateo 28:20) y por medio de las cuales podemos alabar al Señor, tanto de manera pública como privada a través de cantos acompañados con música.


No está prohibido adorar al Señor públicamente, ni alabarle ante la gente, al contrario, es un buen medio para comunicar la Palabra del Señor. No lo debemos limitar ni considerar malo jamás. Recordemos que no debemos limitar o cortar lo que la Palabra de Dios permite, pues estaríamos cayendo en una doctrina de hombres, la cual no podemos permitir.


Si ustedes murieron con Cristo y ya no están esclavizados a los poderes que dominan el mundo, ¿por qué se someten, como si fueran todavía del mundo, a reglas tales como: «no toques eso, no comas aquello, no lo tomes en tus manos»?  Esas reglas son puramente humanas, que con el tiempo van perdiendo valor.  Podrán parecer muy sabias tales reglas, ya que para obedecerlas hay que ser devotos de veras, y porque son humillantes y duras para el cuerpo, pero de nada sirven en lo que a dominar los malos pensamientos y deseos se refiere” (Colosenses 2:20-23 NBV).


“Todas las cosas son puras para los puros, más para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas.  Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1:15-16).


Somos testigos de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas y no lo podemos, ni debemos ocultar, como el ciego de nacimiento que Jesús sanó. Veamos que él no se ocultó para adorar a Jesús, ni tampoco Jesús le dijo: ven adórame acá en oculto para que nadie te vea. NO, su adoración fue pública.


Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es.  Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró. Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados. Entonces algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos? Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece (Juan 9:35-41).


Vemos también en el caso del paralítico sanado a la puerta del templo, no ocultó en ningún momento su alabanza a Dios, pues todos lo vieron. Y tampoco los apóstoles le dijeron: no alabes a Dios, pues te van a ver, hazlo en secreto.


Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios  (Hechos 3:6-9).


Aunque parezca extraño dar estos ejemplos de que la adoración y la alabanza fue pública y no está prohibida que sea de esa forma, es necesario; pues hay alguno que piensa que así como debe orar en secreto, también debe adorar y alabar en secreto, lo cual es absurdo, según la Palabra de Dios.


Hay muchísimo más que pudiéramos decir al respecto, pero para no extendernos demasiado lo dejaremos hasta acá, invitándolo a que adore al Señor, alábelo y hable con Él, y de ninguna manera piense que Dios restringe lo que claramente en su Palabra es permitido (adorarle, orar y alabar públicamente como en privado).



¿Quiénes son los verdaderos Testigos de Dios según su Palabra?

 

Para responder a esta pregunta y no extendernos mucho, vamos a hacer un breve resumen con algunos versículos de los muchos que podríamos citar.


Las Sagradas Escrituras o Palabra de Dios, también llamada Biblia por la gente, enseña que Dios se reveló a los hombres mediante dos grandes Pactos o Testamentos. Un primer o antiguo pacto y un segundo o nuevo pacto, que a su vez se les llama también antiguo testamento y nuevo testamento.


              Primer pacto, Testamento,   Antiguo Testamento


Si escudriñamos las Sagradas Escrituras, veremos como Dios escogió a Moisés para liberar a su pueblo, los hijos de Israel de la mano de los egipcios. En el libro de Éxodo capítulo 3, vemos como Dios le dijo a Moisés:

Ven por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel (v. 10). En el versículo 13, dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de nuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre? ¿qué le responderé? Y respondió Dios a Moisés:  YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros (v. 14). Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado ha vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos (v. 15).


Aquí vemos claramente como Dios el YO SOY EL QUE SOY, da a su pueblo Israel por primera vez el nombre de Jehová o Yahvéh según traducción.


Visto esto proseguiremos con la pregunta de: ¿Quiénes son los verdaderos testigos de Dios? Ahora vamos a ver qué enseña la Palabra de Dios en este primer Pacto o Testamento, de quiénes son sus verdaderos testigos. En el libro del profeta Isaías, capítulo 43, encontraremos la respuesta clara y contundente a esta pregunta, concretamente en los versículos 10 y 12, donde dice:


Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí.


Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios.


También podemos ver el capítulo 44, versículo 8, donde dice:


No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te hice oír desde la antigüedad, y te lo dije? Luego vosotros sois mis testigos. No hay Dios sino yo. No hay fuerte; no conozco ninguno.


Investigando este Antiguo Pacto podremos ver que no cabe ni un ápice  de duda, ni otra posible interpretación de quienes son los únicos y verdaderos Testigos de Jehová, estos son los Israelitas. Y Jehová nunca les dijo que eran sus testigos como para que se denominasen así o crearan una organización o denominación, como por ejemplo y desgraciadamente sí han hecho los mal llamados así mismos testigos de Jehová, adulterando, torciendo o falsificando las Sagradas Escritura. Repetimos, solamente el pueblo de Israel fue tomado por Jehová Dios en el Primer Pacto como testigo suyo. Asumir tal atributo los gentiles es una auténtica herejía. Dicho esto, nos preguntaremos si aún al día de hoy los israelitas siguen siendo los verdaderos testigos de Jehová Dios.


En el libro del profeta Jeremías capítulo 31, versículos 31 y 32, leemos:


He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto: porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová.


En un pacto entre dos partes, si una de las parte invalida el pacto, la otra queda libre pudiendo hacer un nuevo pacto. Así que esto fue lo que hizo Jehová Dios, libre del pacto que hizo con su pueblo Israel por éstos haberlo invalidado, profetizó como hemos leído que haría un nuevo pacto. Cómo y el tipo de pacto que haría, lo aclara en los versículos 11 y 25 del capítulo 34, del profeta Ezequiel, diciendo:


Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré.


Y estableceré con ellos pacto de paz.


Así que Jehová, Dios mismo, vendría a establecer un nuevo pacto de paz. Y no como hizo en el primer pacto a través de la ley y los profetas, sino viniendo El mismo para llevarlo a cabo. ¡¡¡Aleluya!!!


Es en el libro del profeta Isaías capítulo 7, versículo 14, donde nos dijo de qué manera iba hacer acto de presencia entre los seres humanos, diciendo:


Por tanto, el Señor mismo dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Dios con nosotros).


              Segundo Pacto o Testamento o Nuevo Testamento


Este acontecimiento de su venida, se cumplió cuando María dio a luz a su primogénito Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros (Mateo 1:23). 


Haríamos bien en fijarnos que tanto en la profecía de Isaías como en Mateo 1:25, los nombres que se nos da es Emanuel y Jesús, pero en ningún caso Jehová. Podemos decir no solo por estos pocos versículos que aquí exponemos, sino por un amplísimo contexto de las Escrituras, que a partir de este importantísimo momento se comenzó a cumplir la profecía de Ezequiel 34, donde Jehová el Dios de los israelitas iba a venir para hacer un nuevo pacto de paz, y  a quien le llamarían Jesús. De la misma manera, podemos decir que es el inicio del plan de Emanuel o Dios, que ya estaba con nosotros, para culminar ese nuevo pacto de paz con la humanidad.


Ahora, la pregunta que cabe hacer es ¿En qué consistía ese Nuevo Pacto de Paz? En Efesios 2:11-12, se nos dice:


Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano de carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.


Aquí se nos da a conocer, en qué estado nos encontrábamos los gentiles durante ese tiempo del primer pacto que Dios hizo con los de la circuncisión (israelitas), y a quienes les dio el nombre de Jehová y el ser testigos suyos. Puntualizamos de nuevo, qué nosotros los gentiles estábamos ajenos al antiguo pacto, sin esperanza Y SIN DIOS EN EL MUNDO.


Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hecho cercanos por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos (israelitas y gentiles) hizo uno, derribando la pared intermedia de la separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos,  y a los que estaban cerca; porque por medio de Él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre (Ef. 2: 13-18). Se recomienda leer el capítulo entero.


Creemos de verdad, que sobran las explicaciones de esto que acabamos de leer. En esto consistía el nuevo pacto de paz que Dios haría con la humanidad.


Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos (Colosenses 3:11).


Es por esta cuestión que NO encontraremos el nombre de Jehová ni tan solo una vez en el nuevo pacto, porque dicho nombre está totalmente ligado a los israelitas en aquel antiguo pacto, donde los demás pueblos nada tuvieron que ver. Y es a través de este segundo pacto, que el mismo Dios (Emanuel) con el nombre de Jesús nos redimió con su sangre, y nos reconcilió haciendo un solo pueblo, diciéndonos que: ...no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:12).


Volviendo a la pregunta del principio de ¿Quiénes son los verdaderos testigos de Dios? Responderemos con toda certeza y seguridad que, en el primer pacto fueron los hijos de Israel los verdaderos testigos de Jehová y solamente ellos. Pero venido Emanuel (Dios con nosotros), tanto israelitas como gentiles fuimos hechos un solo pueblo, gracias al segundo pacto por el sacrificio de Jesucristo. Así que, tanto judíos como gentiles; israelitas o griegos, tenemos un solo nombre bajo el cielo dado a los hombres el cual es Jesucristo, Dios y Padre de todos. Jesús dijo:


Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8).


Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo. El cual ha dado Dios a los que le obedecen (Hechos 5:32).


Concluimos pues, que en este nuevo pacto, el único pacto que está vigente porque el anterior (la ley y los profetas) fue hasta Juan el Bautista (Luc. 16:16; Mat. 11:13), el único nombre y de quienes todos somos llamados a ser testigos, es de Jesucristo. Y esto naturalmente NO, como para denominarnos testigos de Jesucristo o como para crear una organización o secta usando dicho atributo, sino como testigos por la fe y obediencia en su Palabra. Así que Dios se manifestó en el primer pacto a los israelitas con el nombre de Jehová, quienes fueron sus verdaderos testigos. Y ahora en este segundo pacto se ha manifestado a todos por igual con el nombre de Jesús y de quien todos (judíos y griegos) deberíamos ser testigos. 


Denominarse hoy en día después del sacrificio de Cristo, testigo de Jehová o seguidor de Jehová es una autentica aberración. De igual manera, dirigirse a Dios para hablar con El, adorarle o alabarle con el nombre de Jehová, es asimismo una perversión. El ejemplo de cómo lo debemos hacer nos lo da el mismo Maestro Jesucristo, el cual NUNCA mencionó ni siquiera una sola vez el nombre de Jehová. Cuando oraba o se refería a Dios lo hacía como Padre, porque esa es la manera que nos enseñó de cómo deberíamos relacionarnos con Dios, como de un hijo hacia su padre (Mateo 6:9, Juan 5:17, 10:29, 14:9, etc.).


Hay quienes afirman que, al vivir por la fe de Cristo en la voluntad del Padre le constituye testigo de Jehová ¡Esto es un auténtico disparate! Como hemos aclarado, es por la fe en Jesucristo que somos testigos suyos, y nada que ver con ser testigo de Jehová, algo que perteneció al viejo pacto y a los israelitas. Otros lo justifican diciendo que Jehová dijo, que ese era su nombre para siempre; con el cual se le recordaría por todos los siglos. Si bien esto es cierto como pudimos ver en Éxodo 3, hemos de recordar que se lo dijo a los israelitas y a ningún otro pueblo. Son ellos los que deben de recordarlo por todos los siglos, entre otras cosas para no olvidar como Jehová los escogió, los libró de faraón, los guió durante cuarenta años por el desierto, etc., etc., es su historia, fueron sus testigos ¿Cómo se pueden olvidar del nombre de Jehová? Pero también deben comprender y aceptar que el primer pacto fue abolido, y dio paso a un nuevo y mejor pacto, establecido sobre mejores promesas (Hebreos 8). Y esto gracias al nombre que es sobre TODO nombre (Efesios 1:21, Filipenses 2:9), el nombre de nuestro Dios, Salvador y Señor Jesucristo, tanto para judíos como para gentiles.


Nosotros los gentiles debemos conocer y también recordar el nombre de Jehová como parte fundamental de la historia de Israel, y sobre todo porque la salvación vino de los judíos (Juan 4:22), pero del cual nombre nosotros no participamos ni fuimos testigos suyos. Hay otros que dicen algo así como que, en la interpretación del hebreo al griego los traductores cambiaron o se equivocaron al no incluir el nombre de Jehová en el nuevo testamento ¡Un disparate más! Estos ignoran que los nombres personales como Moisés, Abraham, Isaac, Isaías, etc., se transliteran y no se traducen o interpretan, por lo que siguiendo esta pauta  el nombre de Jehová se tendría que haber transliterado al nuevo testamento como Jehová, pero no fue así, antes bien creemos que toda la Escritura fue inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16), y se escribió  correctamente el nombre de Jesús como único nombre de la divinidad en el segundo pacto, y como venimos repitiendo tanto para israelitas como para gentiles. Por otro lado y lo más importante, es que los mismos escritos bíblicos griegos del nuevo testamento (ver interlineal), lo dan a entender perfectamente. Así que si vemos en alguna traducción del Nuevo testamento el nombre de Jehová, hemos de darla por adulterada.


Así también las denominaciones o sectas sean católicas, evangélicas, mormonas, testigos de Jehová, Adventistas, Amigos, etc, etc, no pueden ser incorporadas como verdaderos testigos de Dios o Jesucristo, porque tienen evangelios distintos y por consiguiente adulterados que solo causan división.


Esperamos de todo corazón poder ayudar con este pequeño análisis, a todos aquellos que por haber sido mal adoctrinados o por ignorar las Sagradas Escrituras, están haciendo un mal uso de ellas. De ahí la gran importancia de escudriñarla, porque ellas y solo ellas son las que dan testimonio de Jesús. Y nosotros damos fe de ello siendo sus testigos ( y no por formar una secta denominacional, sino TESTIGOS POR LA FÉ EN JESÚS)  ¡A Él sea la gloria para siempre! Amén.


También queremos recordarles a los muy estimados lectores, que si encuentran algo de lo que decimos que no está de acuerdo a la sana doctrina, nos lo hagan saber y así poder corregir el posible error.