Cristo y la familia no creyente


A lo largo de la historia la familia ha sufrido la división o separación porque una parte de ella no ha querido obedecer las enseñanzas de Jesús, un judío de Nazaret, que más que un hombre reconocido por la historia es Dios hecho carne (Isaías 9:6, Filipenses 2:5-6).
Jesús experimentó en su misma carne el rechazo por su misma familia, pues ni aún sus hermanos creían en Él (Juan 7:5).
Jesús mismo lo dijo: No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa (Mateo 10:34-36).
El culpable de todo esto no es Jesús, es el ser humano que no ha querido obedecerle. De ahí que incluso han existido padres entregando a sus hijos y familias enteras aborreciendo a sus miembros porque estos siguen a Jesús. Así ha sido en el pasado y seguirá siendo así en el futuro.
Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros; y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre (Lucas 21:16-17).
Sin embargo, los que amamos a Dios oramos que seamos tenidos por dignos de escapar de todo eso.
Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre (Lucas 21:36).
Por lo que creemos firmemente que Dios nos librará de todo esto horrendo a través del arrebatamiento.
Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:16-17).
Eso será lo más glorioso para el creyente, encontrarse no solo con su Señor y Maestro sino con familia en la fe, que es la verdadera familia y la que cuenta por la eternidad.
Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre (Mateo 12:50).
Y reiteramos, no es culpa de Jesús ni nuestra el que suceda las separaciones entre las familias sanguíneas. Por nuestra parte sufrimos como Jesús sufrió por su pueblo que nunca quiso ser como Él tanto deseo.
¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste! (Mateo 23:37).
Incluso como Pablo muchas veces hemos deseado ser malditos o separados de Cristo por amor a ellos. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne (Romanos 9:3).
Lamentablemente no podemos hacer más, no podemos seguir a Cristo por ellos, la salvación es individual y depende de la decisión de cada uno (Ezequiel 18:20, Romanos 14:12). Dios los sigue esperando y si aún no ha venido es por amor a ellos y a todo el mundo.
El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9).
Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:3-4).


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