El Matrimonio, Separación y Nuevo Matrimonio
En los últimos años el matrimonio ha sufrido muchas dificultades. Los cambios políticos, el mal
llamado derecho de igualdad, la fornicación, la homosexualidad, el aborto, el
divorcio, la ciencia y, sobre todo, el haber perdido el respeto y temor santo
al que lo creó. El matrimonio actual poco o prácticamente nada tiene que ver
con su origen y propósito. Los que creemos y estamos seguros de la existencia
de Dios, no podemos hablar de estos asuntos sin tener en cuenta al Creador y
Sustentador del verdadero matrimonio. De ahí que estamos obligados a acudir a
la bendita Palabra de Dios, para saber en qué consiste y cuál es el propósito del matrimonio.
En Mateo 19: 3-9,
encontramos a Jesús dando respuesta a una pregunta en relación a esto.
Le preguntaron a Jesús: ¿Es
lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les
dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los
hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y
los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne,
por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues,
mandó Moisés dar carta de divorcio y repudiarla? El les dijo: Por la dureza de
vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; más al
principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudie a su mujer, salvo
por causa de infidelidad, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la
repudiada, adultera.
Entendemos claramente, que
si bien Moisés permitió el repudio y dar carta de divorcio por cuestiones que
no eran por causa de infidelidad, y esto lo hizo por la dureza de sus corazones,
ahora Cristo pone orden a toda esta cuestión y deja claro que lo que Dios juntó
haciéndolos una sola carne, el hombre no es quién para separarlo. Y vuelve a
enseñar que cualquiera que repudie a su mujer, salvo por causa de infidelidad,
y se casa con otra, adultera. Se entiende perfectamente, que se permite
repudiar a la mujer sólo por causa de
infidelidad y el que repudie a su mujer por otro motivo incurre en
desobediencia al Maestro y si se volviera a casar comete adulterio.
Es decir si la mujer es
infiel, el marido tiene todo el derecho de divorciarse y casarse con otra sin
caer en pecado o adulterio. De ahí las palabras A NO SER POR o SALVO POR que lo
indican claramente. El contexto del Nuevo Testamento, nos da a entender que en
Jesucristo hay igualdad plena, teniendo el mismo derecho y ley el hombre como
la mujer. En Dios no hay acepción de personas (1ª Pedro 1:17). Pero por
supuesto en un matrimonio verdadero, esto es, fundamentado en Cristo, no existe
o cabe el divorcio, porque tampoco existe o cabe la infidelidad.
Ahora, una vez habiendo oído
a nuestro Maestro, analizaremos la primera carta de Corintios capítulo 7. Aquí
veremos sin lugar a dudas esa igualdad, es decir, el mismo orden para el hombre
como para la mujer. Los versículos 10 y 11 dicen:
Pero a los que están unidos
en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del
marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y
el marido no abandone a su mujer.
Pablo enseña lo que Jesús
manda: que el matrimonio es inseparable. Cuando Pablo dice “y si se separa,
quédese sin casar”, es en el caso en el que, por motivos mayores y no de
infidelidad, la convivencia, debida al pecado, sea insoportable. Por ejemplo:
imaginemos que el marido no anda de acuerdo a Dios, se desvía del Camino y se
vuelve borracho o por otro cualquier hecho; le insulta o le pega a su esposa,
es decir, le maltrata, si bien no se puede divorciar la esposa porque no ha
habido infidelidad, la esposa, en este caso nuestro hermana, no está sujeta a
servidumbre o esclavitud, como dice el versículo 15 del capítulo 7:
Pero si el incrédulo se
separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en
semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios.
Cuando uno de los dos, practica el pecado es considerado por las
Escrituras un incrédulo o inicuo, habiendo
abandonado la Verdad. Como se nos
enseña en 1ª de Juan 3:8, diciéndonos:
El que practica el pecado es
del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el
Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.
Dios es justo y bueno y, de
la misma manera que Él es paciente para con nosotros, nos pide a nosotros que
lo seamos los unos para con los otros. Por eso, en estos casos de separación,
no habiendo infidelidad, debemos de ser
pacientes y esperar en el Señor, por si quizá esa persona con la que hemos
contraído matrimonio se arrepintiere de su mal camino, como dice el versículo
16:
Porque ¿qué sabes tú, oh
mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá
harás salva a tu mujer?
Esto es justo y bueno, no
podemos dejar a nuestra pareja por cualquier cosa como hicieron durante un
tiempo los que estaban bajo la ley de Moisés.
Pero si la mujer o el hombre
es infiel, el pacto mutuo se rompe, queda muerto, quedando libre el hermano o
la hermana y pudiéndose casar de nuevo con tal que sea en el Señor. Lo ideal
sería quedarse como Pablo, esto es, sólo casado con Cristo, como él nos lo
aconseja en los versículos 7 y 8, pero si no tenemos el don de continencia nos
casaremos, pues mejor es casarse que estarse quemando (dice el versículo. 9).
Estamos ligados por el pacto del matrimonio hasta la muerte de uno, pero si uno
infringe el pacto por infidelidad, el pacto queda invalidado o muerto por lo que quedamos libres de él.
La mujer casada está ligada por la ley mientras su
marido vive; pero si su marido muriere, libre es para casarse con quien quiera,
con tal que sea en el Señor. (vers. 39)
Queda claro que si el pacto
no lo cumple una de las partes, el pacto queda invalidado. Así que como nos
enseña nuestro Maestro, el repudio es lícito en caso de infidelidad comprobada,
pudiendo el que no ha cometido infidelidad, casarse de nuevo, como veíamos en
Mateo 19: 9, diciéndonos:
Y yo os digo que cualquiera
que repudia a su mujer, salvo por causa de infidelidad, y se casa con otra,
adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera.
Estimado lector, el mundo ha
hecho del matrimonio que Dios creó una autentica perversidad. Los gobiernos,
han cambiado el concepto matrimonial y divino por la prostitución. Han
legalizado la fornicación, el adulterio y prostitución al permitir el divorcio
por cualquier razón. En muchos países no se han quedado solamente en esto, sino
que han otorgado en contra de lo establecido por Dios el matrimonio a los
homosexuales y lesbianas. Y aún más, también han legalizado el derecho de estos
(homosexuales) a la adopción de niños. Todo un disparate y perversión.
Queremos que sepan todos los
que comulgan con estas cosas contra naturales y Divinas, que un día, si es que
no se arrepienten y se convierten a Cristo, darán cuenta a Dios y pagarán por
todas estas barbaridades y blasfemias. Las religiones o sectas son igualmente
cómplices de estos pecados, no oponiéndose a ellos de una manera firme e
inamovible, sino que, por intereses económicos, se sientan con el “poder” y
comen con ellos con tal de recibir subvenciones y no tener oposición alguna.
Estimado lector, estamos
sufriendo como nunca la adulteración más extrema del matrimonio verdadero,
pilar básico y necesario de la civilización y pueblos, por no tener en cuenta a
Dios y su Palabra. La familia, que es ese fruto maravilloso del matrimonio, es
la más perjudicada: los padres permiten que sus hijos e hijas forniquen e
incluso les proporcionan los anticonceptivos con tal de que sus hijas no queden
embarazadas y se vean obligadas a contraer matrimonio o a abortar, por ser ya
de antemano un matrimonio fracasado al no vivir de acuerdo a Dios.
No hay orden ni respeto
entre padres, hijos y hermanos, el amor verdadero se ha enfriado, teniendo por
amor, hoy en día, el interés basado en materialismo y sexo, nada que ver con la
definición perfecta del amor que se nos enseña en 1ª de Corintios, capítulo 13,
versículos del 4 al 8:
El amor es sufrido, es
benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
no es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza
de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo
lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.
El matrimonio que esté
fundamentado en este amor, que solo es posible en Cristo, no fracasa jamás y
por lo tanto no conocerá el divorcio.
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