Vuestras mujeres callen en las iglesias
Así comienza la primera
carta que Pablo escribió a los corintios en el capítulo 14, versículo 34, y
continua diciendo:
Porque no les es permitido
hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo,
pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la
iglesia.
Un poco más adelante en la
carta a los Efesios, capítulo 5, versículos del 22 al 24, Pablo dice:
Las casadas estén sujetas a
sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así
como Cristo es la cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y Él es su
Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las
casadas lo estén a sus maridos en todo.
También Pablo en su primera
carta a Timoteo en el capítulo 2, versículos del 11 al 15, vuelve a decir que:
La mujer aprenda en
silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer
dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado
primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino la mujer, siendo engañada,
incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciera en
fe, amor y santificación, con modestia.
Cuando Pablo, dice en 1 Corintios
14:34, que no les es permitido hablar (a la mujer), no está diciendo que el
Señor mandase a que la mujer no hablase, que es muy distinto, y al igual en
cuanto a la sujeción se remite a la ley.
En el texto de Efesios, de
nuevo Pablo se basa en esa sujeción de la mujer al marido según la ley, porque
según ésta, la mujer debe sujetarse al marido en todo. Pablo compara esa
sujeción de la mujer al marido (según la ley) como la iglesia debe estar sujeta
a Cristo. Y preguntamos ¿A caso el marido no debe también estar sujeto a Cristo
como la iglesia o solamente la mujer? Él dice que el marido es cabeza de la
mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, y preguntamos ¿no es también
Cristo cabeza del marido y debe estar igualmente sujeto a Él o solamente la
mujer? Así que por consiguiente ambos deben estar sujetos a Cristo y tenerle
por cabeza de igual manera.
En la carta a Timoteo, Pablo
dice que es él, el que no permite a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre
el hombre y a estar en silencio, no que recibiera mandamiento de ello de parte
de Dios en este nuevo pacto. Además usa para ello el orden en que fueron
formados Adán y Eva, así como también el orden del pecado en el cual
incurrieron éstos.
Efectivamente la sujeción de
la mujer al marido fue el resultado o la consecuencia del pecado en el que
incurrió primeramente Eva, al dejarse engañar por la serpiente, y más tarde
Adán por creer y obedecer a su mujer. Esta historia la podemos conocer
perfectamente a través del libro de Génesis, capítulo 3. Después de que ambos
comiesen del fruto prohibido, dice el versículo 7 en adelante, que:
Entonces fueron abiertos los
ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de
higuera, y se hicieron delantales…
A la mujer dijo (Dios):
Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz
los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti (versículo
16).
Y al hombre dijo: Por cuanto
obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo:
No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de
ella todos los días de tu vida (versículo17).
Queda bien aclarado cual fue
el castigo por parte del Creador para Adán y Eva. Recordemos que a Eva le dijo
que su deseo sería para con su marido, y que éste se enseñorearía de ella. Un
ejemplo de éste señorío del marido sobre su mujer lo vemos en Sara la mujer de
Abraham (Génesis 18:12; 1 Pedro 3:6).
Pero queremos aclarar
seguidamente que al principio, es decir, cuando Dios los creo, no fue así, sino
que eran uno en todo, como podemos ver en el capítulo 2 de Génesis, donde ambos
estaban desnudos, degustaban por igual de todo lo creado por Dios y eran una
sola carne, no había tal señorío del marido sobre la mujer.
Repetimos que este señorío
del marido sobre la mujer fue a partir del pecado y continuó durante toda la
ley o antiguo pacto.
Porque la mujer casada está
sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella
queda libre de la ley del marido (Romanos 7:2).
Por lo tanto estimados
lectores, nada absolutamente nada de lo que Pablo dijo o escribió acerca de la
sujeción de la mujer al marido, está en desacuerdo con la ley, sino todo lo
contrario. Tanto Pablo como también Pedro en su primera carta, en el capítulo
3, versículo 1, dice que;
Asimismo vosotras, mujeres,
estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la
palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas.
Ambos (Pablo y Pedro)
estaban basándose como hemos visto en la ley dada por Dios a nuestros
antepasados y más en concreto al pueblo de Israel. Así es como hay que entender
e interpretar estos pasajes conforme a la verdad.
Ahora bien, la pregunta que
seguidamente cabe de hacer es: ¿Sigue hoy en día vigente esa ley o mandato que
Dios puso, de que el marido fuese señor o cabeza de la mujer y como tal ésta
debería estar sujeta en todo a él?
Para aclarar esta pregunta
hemos de comenzar diciendo, que hubo un cambio de ley, no porque lo digamos
nosotros, sino porque así lo enseña la Santa Palabra de Dios.
Porque cambiado el
sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley (Hebreos 7:12), y el
sacerdocio se cambió, quedando, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa
de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la
introducción de una mejor esperanza, por lo cual nos acercamos a Dios… por
tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto… porque la ley constituye sumos
sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la
ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre (Hebreos 7: 18-28). Pero ahora tanto
mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido
sobre mejores promesas (Hebreos 8:6).
Queridos lectores, ya Dios
profetizó o prometió en el primer pacto que habría un cambio en referencia a lo
que venimos hablando acerca de la mujer, y es que Él dijo:
Derramaré mi Espíritu sobre
toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas… Y también sobre los
siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días (Joel 2:28-29).
Dios volvería a reconciliar
a hombre y a la mujer para con Él como al principio, haciéndolos iguales. Tanto
sus hijos como sus hijas; sus siervos como sus siervas, hablarían,
profetizarían, servirían al único Dios verdadero sin diferencias. Esta
reconciliación fue posible mediante nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5:11).
¿Cómo pueden algunos (no pocos) torcer las palabras de Pablo hoy en día
mandando que las mujeres callen y no se les permita hablar o enseñar en la
iglesia?
Tenemos un sólo Maestro y
Éste NO se llama Pablo, ni Pedro…, se llama Jesucristo (Mateo 23:8). Con Él
vino lo perfecto y nos enseñó que la ley y los profetas eran hasta Juan, y que
a partir de ahí el reino de los cielos es anunciado (Lucas 16:16), naturalmente
por sus hijos e HIJAS, por sus siervos y SIERVAS. Pues la ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo
(Juan 1:17). Bajo esta Gracia y Verdad no cabe el que el marido sea señor o se
enseñoree de la mujer, sino que todos somos iguales ante Dios, teniendo tanto
el marido como la mujer un Señor a quienes han de estar sujetos en todo y por
igual.
En el día de Pentecostés
perseveraban todos unánimes en oración y ruego, todos, hombres y mujeres
unánimes juntos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, hombres y mujeres;
hijos e hijas, siervos y siervas, cumpliéndose de esta manera lo dicho por el profeta
Joel (Hechos 2:1-21).
Cuando, entre otros
versículos, se dice que la ley finalizó o que la ley y los profetas eran hasta
Juan, se refiere a todos los profetas y a toda la ley, y NO como algunos
falseadores dicen que solamente fue una parte de la ley y los profetas (ver
Mateo11:13). Al decir “la ley” en singular, se está refiriendo naturalmente a
toda la ley (de Moisés) como claramente el texto lo enseña. Además dicha ley
fue dada a los israelitas y NO a los gentiles que nada tuvieron que ver (Hechos
15).
La cuestión a saber ahora es
si esa ley caducó, o mejor dicho, si una vez venida la Gracia y la Verdad qué
enseñó el Maestro en su Nuevo Pacto acerca del marido para con su mujer y
viceversa, fue ratificada por Él o quedó también abolida.
Jesús el Maestro, abrogó esa
ley de repudio que había por parte del marido hacia su mujer (Deuteronomio 24:
1-4), diciendo:
También fue dicho:
Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que
repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere;
y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.
Esto lo podemos ver en Mateo
5: 31 y 32, Jesús, está claramente igualando el derecho del hombre con el de la
mujer al decir que la repudiada comete adulterio, y el que se casa con ella
también. Jesús dice que sólo en caso de fornicación (infidelidad) podrán
divorciarse.
Un poco más adelante en
Mateo 19: 1-9, lo aclara todo mucho más y de una manera Magistral. Jesús deja
claro como también dijimos al comienzo viendo Génesis 2, que si Moisés le dio
ese derecho de señorío al marido sobre la mujer por la ley al poder repudiarla,
al principio NO fue así (versículo 8).
El Maestro, en todas sus
enseñanzas observa a ambos sexos, es decir, al hombre y a la mujer por igual.
Un ejemplo muy ilustrativo de ello es la conversación que Cristo mantuvo con la
mujer samaritana, que podemos ver en el evangelio de Juan, capítulo 4. Tanto es
así, que los mismos discípulos se maravillaron que hablaba con una mujer, que
además había tenido cinco maridos y en ese momento vivía en adulterio (Juan
4:18). Para nada Jesús aplicó eso de que la mujer no tiene derecho a hablar o
que debe guardar silencio, por la sencilla razón de que Cristo estaba haciendo
todas las cosas nuevas, abrogando aquella ley que les fue dada al pueblo de
Israel y que nada perfeccionó como leímos en Hebreos, de ahí que el mismo Pablo
en 2 Corintios, capítulo 5, versículo 17, dijera:
De modo que si alguno está
en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son
hechas nuevas.
Es una obviedad que si nada
perfeccionó la ley (Hebreos 7:19) al venir lo perfecto (Cristo) todas las cosas
fueran hechas nuevas ¿no? (ver también Apocalipsis 21:5).
Jesús habló con esa mujer
samaritana de una manera muy normal y usó aquella conversación con una mujer
para enseñar a todo el mundo, entre otras muchas cosas, que, la adoración ha de
ser en espíritu y en verdad; que la adoración no se trata de hacerla en éste o
aquel lugar; que Cristo es el que sacia la sed del hombre para siempre,
haciendo de él una fuente de agua que salte para vida eterna. Hasta tal punto
usó ese encuentro con la mujer samaritana, que como dice el versículo 39, de
este capítulo 4 de Juan:
Muchos de los samaritanos de
aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que daba testimonio
diciendo: Me dijo todo lo que he hecho.
Podríamos también mostrar
cómo el Maestro mantuvo una conversación de igual manera con María y Marta,
hermanas de Lázaro (Juan 11), o como las mujeres siempre estuvieron con Jesús y
le servían (Lucas 8:1-3). Fueron éstas (las mujeres) a las que Cristo usó para
que divulgaran, anunciaran o hablaran que Él había resucitado de entre los
muertos, e incluso a los mismísimos apóstoles (Mateo 28:1-10, Marcos 16:1-8,
Lucas 24:1-12) ¿Cómo podemos nosotros en contra del ejemplo y la enseñanza de
Cristo mandar a las mujeres que callen o guarden silencio y que si quieren
preguntar algo recuran a sus maridos?
En Jesucristo se cumplió la
profecía de Joel, donde se anunciaba que en los postreros días, Dios,
derramaría de su Espíritu sobre TODA carne, y las mujeres como los hombres
profetizarían, verían visiones, soñarían sueños, le servirían… (Hch. 2:17-21).
No hay ni un sólo pasaje
donde nuestro Maestro y Señor Jesucristo diga o enseñe algo como que: No le
permito hablar a la mujer; si quieren aprender algo pregunten a sus maridos; es
indecoroso que una mujer hable en la iglesia; la mujer aprenda en silencio; no
permito a la mujer enseñar o cosas similares que reflejen una desigualdad o
distinción entre el hombre y la mujer.
Entonces ¿Qué pudo ocurrir
en la carta de Pablo a los corintios y demás para decir lo que dijo? ¿A caso
alguien puede pensar que Pablo contradijera lo restaurado por Cristo al
reconciliar al hombre y a la mujer para con Dios, librándolos de ese yugo de la
ley donde el marido se enseñoreaba de la mujer y era la cabeza de ésta?
De antemano debemos decir
que no, que es imposible que Pablo enseñara algo contrario a Cristo. Pongamos
mucha atención en lo que Pablo escribe y enseña poco antes de ese capítulo 14,
concretamente en el capítulo 11, versículos de 1 al 16, diciendo:
Sed imitadores de mí, así
como yo de Cristo. Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí, y
retenéis las instrucciones tal como os las entregué. Pero quiero que sepáis que
Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios
la cabeza de Cristo. Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta,
afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza
descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado.
Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es
vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra. Porque el
varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la
mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la
mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la
mujer por causa del varón. Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad
sobre su cabeza, por causa de los ángeles. PERO EN EL SEÑOR, ni el
varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer
procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de
Dios. Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse
la cabeza? La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso
dejarse crecer el cabello? Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el
cabello le es honroso; porque en lugar del velo le es dado el cabello. Con todo
eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni
las iglesias de Dios.
Aquí Pablo, en los
versículos del 3 al 10, explica que el varón es la cabeza de la mujer, de
acuerdo a esa ley establecida a raíz del pecado y por el que fueron expulsados
del Edén. Aclara según este orden natural, que el varón afrenta su cabeza por
cubrírsela al contrario de la mujer. También dice, que la mujer es gloria del
varón, porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón y que
ésta fue creada por causa del varón y no al revés. Por lo cual la mujer debe
tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles (versículo
10).
Hasta aquí todo es normal y
correcto según el orden establecido después de que Eva y Adán pecaran. Ahora bien,
del versículo 11 en adelante, Pablo deja bien claro, “pero en el Señor”,
repetimos:
PERO EN EL SEÑOR, ni el
varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer
procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de
Dios.
Pablo, aclara esa igualdad
entre el varón y la mujer restablecida por Cristo el Señor, y en esta igualdad
y derecho, la mujer no debe cubrirse la cabeza con un velo. Además porque como
él dice, la misma naturaleza enseña que al hombre le es deshonroso dejarse
crecer el cabello y por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le
es honroso porque en lugar del velo le es dado el cabello. Añadir también, que
el que la mujer se cubriese con el velo, no fue debido a un mandamiento de Dios,
sino a una costumbre de hombres, como bien lo aclara el versículo 16, diciendo:
Nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios.
Un poco antes en el capítulo
7, de esta misma carta, Pablo da muestra una vez más de esa igualdad entre el
casado y la casada, diciendo:
Cada uno tenga su propia
mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la
mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad
sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido tiene
potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. El casado tiene cuidado de
las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer…, la casada tiene cuidado de
las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido.
Como es obvio, y todos
comprenderán, este planteamiento de igualdad y derecho que hace Pablo entre el
varón y la mujer, no cabe dentro de la ley en la que el varón es señor de la
mujer. Pero, es que Pablo, es concretamente el que más claro habla acerca de
esa libertad que nos trajo la Gracia librándonos de la ley. Por ejemplo, en
Gálatas 3, versículos del 23 al 28, dice:
Pero antes que viniese la
fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser
revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a
fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, YA NO ESTAMOS
BAJO AYO (LEY), pues TODOS sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque
TODOS los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya
no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; NO HAY VARÓN NI MUJER; porque
TODOS vosotros sois UNO en CRISTO JESÚS.
Nosotros, como también Pablo
lo aclara, somos hijos de la promesa (la Gracia), y NO hijos de la esclavitud
(la ley). Pero ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo (la
ley), porque NO heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre (la
promesa o Gracia). De manera, hermanos, que NO somos hijos de la esclava (ley),
sino de la libre (Gracia) (ver Gálatas 4:21-31). Nosotros, como también Pedro
en su primera carta, capítulo 2, versículo 9, decimos:
Somos linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las
virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Pedro, inspirado por el
Espíritu Santo, enseña que nosotros los que por fe hemos creído en Jesucristo,
somos: esa nación santa, ese real sacerdocio, ese pueblo adquirido por Dios,
para anunciar las virtudes de Cristo. Tanto hombres como mujeres, esposos como
esposas somos llamados por igual a predicar las buenas nuevas o el evangelio de
Cristo. Estando todos, sumisos unos a otros, revestidos de humildad (1Pedro
5:5).
Volviendo pues a la pregunta
de, ¿qué pudo pasar para que éstos apóstoles o discípulos de Jesús dijeran lo
que dijeron? Hemos de responder que hay que entender que la iglesia en
Corintio, de procedencia gentil, era muy carnal habiendo entre ellos divisiones
(1:10-13), celos, contiendas y disensiones (1Corintios 3:3). Había entre ellos
fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles
(capítulo 5:1). Pleiteaban entre los hermanos en juicios ante los incrédulos
(capítulo 6:1-8), etc., etc. Concretamente en el capítulo 14, había un desorden
monumental en cuanto a los dones. Lo mismo profetizaban unos que al mismo
tiempo hablaban otros en lenguas y sin interpretación, en fin, un gran
desorden. Y es aquí, dentro de este gran desorden y contexto donde Pablo en el
versículo 33, dice:
Pues Dios no es Dios de
confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos. Y continúa
diciendo en el 34:
Vuestras mujeres callen en
las congregaciones; porque no les es permitido, sino que estén sujetas, como
también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos;
porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.
Sin duda alguna suena
fuerte, pero tal era el desorden y la confusión que reinaba en ese contexto,
que a Pablo no le quedó otra que recurrir a la ley, para que de esta manera las
mujeres que estaban andando en desorden y además no respetando a sus maridos
pudieran ser corregidas, y así volver voluntariamente al orden nuevo
establecido por Cristo Dios, tanto para mujeres como para hombres. Hay que
entender también que estamos hablando del comienzo de la gracia,
aproximadamente 50 D.C., y que por supuesto no existía el nuevo testamento o
pacto por escrito, sino que todo tenía que ser a través de cartas o de boca en
boca, lo que dificultaba mucho más el entendimiento de esa nueva Ley o Gracia traída
por Jesucristo. Hoy sin en cambio, tenemos el gran privilegio de tener el Nuevo
Testamento por escrito y accesible a toda persona, para saber con toda
exactitud y en cualquier momento cual es el orden establecido por Dios para con
el hombre y la mujer. Para poder conocer de primera mano que Cristo es nuestro
Maestro y que en Él no hay ni distinción, ni disensión de personas, sino que
todos somos iguales ante Él aunque con funciones, ministerios o labores
diferentes.
En el último capítulo a los
Romanos se puede ver claramente como varias mujeres son mencionadas por Pablo
destacando su servicio en el Señor. Por lo que no se puede admitir que Pablo
excluyera a las mujeres de servir o enseñar en la iglesia. Lo ordenado por él
en 1 Corintios 14:34 o en 1 Timoteo 2:11-15, solo puede ser entendido bajo un
contexto particular en un tiempo concreto y en una iglesia específica como en
el caso de Corinto. Pero la regla general en la gracia es la igualdad. Por eso
la sujeción no debe ser por distinción, es decir solo de la mujer hacia el
hombre, sino en el temor de Dios (Efesios 5:21). El servicio es un principio
para todos los discípulos de Cristo, incluido el matrimonio (Marcos 10:44). De
ahí que un matrimonio en Cristo todo se hará con un amor recíproco, sirviéndose
y respetando mutuamente. Ya que los dos son una sola carne y nadie odió jamás a
su propio cuerpo (Efesios 5:31,29).
Concluimos pues, que en este
Nuevo y mejor Pacto establecido sobre mejores promesas, la mujer NO debe ni
puede callar; NO debe ni puede dejar de aprender; NO es indecoroso que hable en
la congregación, sino todo lo contrario, en esta nueva vida la mujer debe
hablar de Cristo y aprender de Cristo igual que el hombre, y cuanto más mucho
mejor, no porque lo digamos nosotros, sino porque así lo enseñó el Maestro.
Podríamos citar o mostrar
muchos más textos para avalar todo esto que venimos mostrando, pero estimado
lector, su deber es de que usted mismo escudriñe y pueda juzgar por la misma
Palabra, si todo esto es verdad. Jesús dijo.
Si vosotros (hombres y
mujeres) permaneciereis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos
(hombres y mujeres); y conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres (a
hombres y mujeres).
¡NO más velo; NO más cabeza
que Cristo!
¡Bendito su nombre para siempre!
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